¿Qué ha sido de las miles de antiguas religiones que poblaban Europa? ¿Qué ha sido de esa hermosa y milenaria tradición mitológica según la cual se articulaban el conocimiento, la filosofía, la sociedad? ¿Qué ha sido de ese impresionante legado cultural de cientos de pueblos?
¿Qué ha sido del dios Lugh y de todo el panteón celta? ¿Por qué Zeus ya no se metamorfosea en toro bravo para preñar a las mortales? ¿Descansará Teiwaz, el dios de la guerra germano, de sus eternas luchas? ¿Celebrarán todavía los ingleses el advenimiento de la primavera de mano de la diosa Eostre? ¿Seguirán luchando Perun y Veles por toda la eternidad o han sido eliminados ya del panteón y la cultura eslava? ¿Seguirá Loki arrojando ramas de enebro sobre el pecho de Balder?
¿Por qué ya no se escucha más que una sola voz en todo el continente? Y encima una voz aburrida, denigrante y enemiga de la naturaleza del hombre, de su concepto de vida, de la energía que recorre nuestros cuerpos, de nuestra habilidad, deseos y posibilidades de trascendencia intelectual. Una religión engreída, intransigente, que promete todo y que no cumple nada.
Una cosmogonía intolerante, fea y aburrida, y además carente de sentido práctico. Una especie de trasunto mundano entre el judaísmo y la infraestructura política y social romana, tomando de aquí y de allá lo que interesa.
Una religión basada en la figura de un sujeto inculto, no formado, como ejemplo de suprema divinidad. Un falso mesías entre tantos otros, sin más pruebas que lo escrito por personas de dudosa veracidad que lo único que querían era perpetuarse en el poder, aunque eso supusiera modificar lo pregonado por su jefe.
¡Y sigue rigiendo el mundo!
Cayetano Gea Martín