jueves, noviembre 11, 2004

A ese señor



A ese señor no demasiado alto que viene bajando por la calle le voy a estrechar la mano por enésima vez. O eso, o una palmada en la espalda; pero una palmada de amigo, ojo, no de gordo jefe con corbata y puro. Una palmada y, si la tarde me incita, un breve abrazo fraternal, exento de cualquier tipo de homosexualismo, por supuesto. Un abrazo entre camaradas, vaya, entre compañeros de fatigas, porque, quizá, es posible, acaso, puede que no exista nada más fatigoso que la de mantener una amistad fresca y lozana como el primer día, lustrosa pero curtida.

A ese señor que nunca llega tarde le debo muchas cosas, y no sólo de índole material en forma de mercaderías varias, sino cosas algo más sentidas, más tirando hacia ese órgano de musculatura estriada que bombea la sangre, y no me refiero a nada obsceno, por supuesto, sino a mi corazón coraza, Benedetti, tan fácil de acceder pero tan complicado de mantenerse en él durante el tiempo necesario para acabar cogiéndome algo de cariño.

A ese señor se le olvidó traer a su sempiterna cita conmigo lo que le presté, pero como él bien sabe, me da lo mismo. Lo que importa es el hecho de prestarnos cosas, respondiendo, quizá, a nuestro deseo continuado de disfrutar en paralelo, de poder criticar o alabar, casi siempre, las mismas cosas, salvo excepciones, claro; excepciones casi siempre de índole musical o fílmica, pero son las menos, espero, deseo, creo.

A ese señor le gusta, como a mí, el amor con forma de mujer, aunque diferimos en su aspecto, claro, lógico, por supuesto; de broma le digo que a él le gustan bajitas para que no le hagan sombra, y él siempre responde con ese cabeceo suyo tan propio, más de cariñosa compasión que de enfado. También amamos el simple, puro, sencillo, último acto de leer, al que veneramos y entregamos nuestras vidas, cual sacrificio al noble Dios Libro, aunque ese señor, como buen científico, nihilista, ateo, empirista que es, no crea en dios alguno y yo abrigue mis dudas.

A ese señor y a mí nos gusta rodearnos de más señores parecidos, semejantes, comunes, afines pero algo distintos a nosotros. Nos reímos en círculos humanos, que es como hay que reírse, no a solas, sin que nadie pueda atrapar tu risa y digerirla; pobre risa que muere en el aire, sin ser reciclada en otra.

A ese señor le debo tanto, mucho, demasiado, todo, tres o cuatro kilos de conciencia y de psique. Le debo que me aguante, que esté ahí sin llamarle, sobretodo en la hora triste, fatídica, negra de recoger mis escombros y ayudar a recomponerme sin demasiado pegamento. Le debo una amistad como no habrá otra, y sólo se la puedo pagar con la mía, eterna, para siempre.

A ese señor, y a modo de praxis, le debo, sobretodo, un “gracias” bien gordo.


Dedicado a mi amigo Pedro. Pocas cosas tengo tan seguras en esta vida como la amistad que nos une. Gracias por todo.
Cayetano Gea Martín

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo importante no es lo vivido, sino lo por vivir. Todavía nos queda mucho que compartir a ambos, y muchos hechos futuros que recordar. Gracias por esto, me ha emocionado.