viernes, noviembre 19, 2010

Diccionario huero (pequeña muestra de la A)


Buenas tardes, seguidores nimios...

Estoy escribiendo una obra que, quizá, me lleve toda la vida (o una pequeña parte de ella, lo que venga primero): un diccionario escéptico, pedante y cínico... Os dejo una pequeña muestra de lo que llevo hasta ahora:



Abadía. Especie de cárcel o centro de reclusión, pero sin tabaco, señora. Ciertos hombres supuestamente sabios (y ociosos) acuden a estos lugares para encontrarse espiritualmente con su deidad favorita. Se les castiga sin sexo hasta que lo consiguen.

Abdomen. Zona del cuerpo susceptible de doler después de una borrachera. Algunos pueblos antiguos veneraban el abdomen y lo consideraban el centro espiritual del ser humano. El caso más significativo es el de la tribu de Cast-Ul-Abderá, un pueblo nómada del lejano oriente. Después de la Hégira, empero, los preceptos del profeta prohibieron su culto por considerarlo sacrílego. Los descendientes de los cast-ul-abderitas siguen, en cierto modo, respetando sus tradiciones ancestrales; por ejemplo, premiando con un quilo de chuletas de cordero a todo aquel extranjero que libere una ventosidad en su presencia.

Abogado. Uno de los siete demonios del infierno hebreo. Su trabajo consistía en cobrar enormes salarios a sus víctimas a cambio de defenderles de otros demonios que jamás les atacaron. Según el antiguo testamento, el pueblo hebreo gustaba de regalar estas criaturas infernales a sus vecinos. De hecho, la destrucción de Troya se debe a una mala gestión del abogado de Héctor. Dicho abogado fue un presente judío al hijo del rey de Troya. Por ello es famosa la expresión “Timeo hebraeus et dona ferentes”.

Aceite. Sustancia oleaginosa producida por determinados esfínteres humanos y que se usa en la cocina.

Acertijo. Especie de cábala mediante la cual el gobierno de turno calcula los presupuestos generales del estado.

Acné. Erupción cutánea purulenta, generalmente acompañada de intenso prurito. En la antigüedad se creía que se debía a una acumulación sebácea en la epidermis por el cambio hormonal que suele venir parejo a la adolescencia. Hoy, empero, sabemos que la causa de su aparición es la compulsión onanista propia de la edad de los que la sufren.

Adicción. Imposibilidad física, psíquica o espiritual de abandonar cualquier tipo de vicio. Por ejemplo, la lectura de este único y verdadero diccionario. Las adicciones han sido una constante a lo largo de toda la historia de la humanidad. Ya el célebre orador romano Cicerón, en sus famosas y senatoriales catilinarias, le recriminaba a éste el que aún no le hubiera devuelto el dinero prestado para poder acudir presto a una casa de juegos de Roma. De ahí que la primera frase que pronunciara en la sesión plenaria fuera “Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?”.

ADN. También conocido entre sus amigos como ácido desoxirribonucleico. El ADN contiene la información genética de usted, de mí, y de su vecino, señora. También sirve como desatascador cuando alguna religión se atranca en la garganta.

Adulto. Insufrible mutación bastante común en los seres humanos. Se caracteriza por su tamaño desproporcionado, estar cubierto de pelo, oler mal, comer como un cerdo y ser propenso a resfriados (por asimilar fluidos ajenos), a regoldar y a no tener sentido del humor. Los adultos se agrupan en sectas donde pervierten a los jóvenes y les instan a ser como ellos, es decir, una panda de sosos integracionistas. Les encanta no dejar hablar a nadie y fardar de vehículo propio. Al final de sus vidas suelen arrepentirse y volver a una lastimera fase larvaria.

Aeropuerto. Lugar donde la gente toma un avión para ir a otro sitio igual de horrible que el propio.

Agosto. Octavo mes del año en los países decentes. Fue impuesto por el emperador Augusto, magno sobrino de Julio César, para darles un mes de veraneo en las costas de Hispania a los ajetreados romanos. Los pícaros iberos les ofrendaban con viandas caducadas (paelhum) y con matarratas líquido (sangrium peleonum).

Ajedrez. Complicado rompecabezas sin sentido alguno, cuyas reglas varían según los jugadores. Las personas que disfrutan de este intrascendente entretenimiento suelen mortificar a sus conocidos intentando que éstos participen en su juego, aunque sea como espectadores. Célebre es el caso del conde de Monpetitcanaillè, que prefirió ser sodomizado por su sirviente senegalés y por un coro de mariachis antes que volver a asistir como público a una sesión de ajedrez organizada por algún depravado de sus amigos.

Alcalde. Jefe de una congregación municipal de ladrones, y que posee las llaves de la caja fuerte. El alcalde es la cabeza visible del entramado mafioso que impera en pueblos y ciudades. Son elegidos de forma democrática por los habitantes de las poblaciones, los cuales pueden elegir entre dos o tres ladrones diferentes con total libertad.

Alcohol. Bebida infantil de gran popularidad entre la población adulta, aunque se sabe que causa trastornos bipolares en los mayores de dieciocho años. En los niños, empero, el alcohol es totalmente inofensivo, y su consumo prolongado aumenta las expectativas de que éstos no lleguen a convertirse jamás en adultos. Su uso está extendido por todo el orbe y se consume desde el principio de los tiempos. Según un evangelio apócrifo, la primera alcohólica fue Eva, al comerse una manzana fermentada que se cayó del árbol prohibido. Quizá fue esa la razón por la que la primera mujer fue expulsada del paraíso.


Cayetano Gea Martín

domingo, noviembre 07, 2010

A propósito de...Francisco Umbral.

Descubrí a Umbral como autor literario y no sólo como columnista a través de Mortal y rosa. Creo que calificarla como una de las mejores obras de prosa poética de los últimos 30 años no es una exageración. A los que somos de mi generación (de las siguientes no hablo porque me da miedo), Umbral nos llegó como aquel señor de voz cavernosa y con aspecto de dandy venido a menos que sólo quería hablar de su libro en un programa que presentaba la gran hermana Mercedes Milá. Nunca me cayó mal ese señor (sería que aquello de cantarle las cuarenta a la Milá me gustaba), pero no me decidí a leer nada suyo hasta hace unos pocos años.

Mortal y rosa fue escrita por Umbral tras la muerte de su hijo de seis años. Como todas las novelas de amor, porque Mortal y rosa, si es que puede ser clasificada de algún modo, sería como novela de amor, nace de un conflicto. Alguien dijo alguna vez que la historia de amor feliz no es literaria. Todas las buenas obras literarias que han tratado sobre el amor lo han hecho siempre desde el conflicto: con uno mismo, con los demás (estas son las más frecuentes) o incluso con Dios. En el caso de Mortal y rosa ese conflicto es la muerte, o más bien cómo soportar la muerte en vida. Así pues el amor llena la novela, o el diario, o lo que quiera que sea esta obra. Si alguien nunca ha leído a Umbral, que respire hondo, aleje sus prejuicios y lea estas líneas:

"Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más. Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este mediodía con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar."

He vuelto a Umbral con "Un ser de lejanías", que publicó en el año 2001. Muchos de los temas de Mortal y rosa se encuentran también en este diario íntimo (no sé denominarlo de otro modo), en el que Umbral, ya de vuelta de todo, arremete contra la literatura como negocio, aunque se sabe parte de él. Escribe sobre mujeres, reales o imaginarias, qué más da si eso permite que deje algunas de esas metáforas que le hicieron famoso. Y habla sobre literatura (Cela, Borges o Juan Ramón recorren algunas páginas), y sobre todo una desidia que no hace recomendable la lectura de la obra a aquel que esté pasando una mala racha. Sin embargo, he descubierto una afinidad con Umbral, que me ha sorprendido y que, de hecho, ha incrementado mi estima por él, y que tiene que ver con su repulsa por lo que él llama "el asunto" y que no es otra cosa que la trama o el argumento en las novelas. Y lo defiende de este modo que me parece genial:

"El punto terminal y glorioso del arte es pintar la pintura – abstracto - musicar la música, escribir la escritura. Prescindir del tema/soporte, en fin. Las meninas y las tres gracias y los apóstoles del Greco no son más que un soporte para hacer pintura, Ana Karenina es un soporte, y Madame Bovary y Carlos V y las señoritas de Aviñón. Las tormentas de Beethoven y las óperas de Wagner son soportes para hacer música. El David de Donatello es una disculpa, un motivo para jugar con las formas. El gótico es una época y el barroco es una constante, una tendencia, un eón. Pero ambos estilos se justifican en sí mismos. Dios es un soporte para hacer catedrales. El dólar es un soporte para hacer rascacielos."

miércoles, noviembre 03, 2010

A propósito de...Georges Perec.

Hablar de Geroges Perec es conducir la mirada hacia los límites de la creación. Y, aunque esta parezca una frase hecha, nada más lejos de la realidad. Su literatura es un continuo moverse entre límites, imponiendo restricciones a la creación pero, paradójicamente, para impulsarla a zonas antes inexploradas. No es, de hecho, Perec, un autor convencional. Aunque contaba historias no se le puede considerar un narrador. Ni falta que hace. Entendía la literatura desde la vertiente más creativa de la misma, desde esa que explora el lenguaje, juega con él y nos lo devuelve empaquetado de un modo que nunca antes habíamos visto. Te presenta además, como su amigo Raymond Queneau en Ejercicios de estilo, todas las variantes posibles (siempre abiertas, claro, a la intervención del lector) de una misma situación o personajes.

Por algún motivo que desconozco Perec no es muy conocido entre el público general, no relacionado con la literatura. Y a pesar de eso se ha traducido gran parte de su obra al español, lo que denota interés por ella, aunque tal vez sea sólo capricho de los traductores, que ven en dichas traducciones un reto intelectual. Posiblemente el mayor de ellos sea traducir La disaparition (El secuestro, en nuestro caso), novela en la que Perec no emplea jamás la letra e, la más común en la lengua francesa. En España, los traductores decidieron no emplear la letra a, jugando así con esos límites impuestos por Perec. En otros casos, sin embargo, no es posible tal traducción, como en El Gran Palíndromo (http://www.ed4web.collegeem.qc.ca/prof/rthomas/textes/palingp.htm) , que consta de unas 1300 palabras.

Hay obras de Perec, de esas que suelen denominarse inclasificables, como Especies de Espacios (uno de esos libros a los que vuelvo una y otra vez), en los que Perec intenta agotar todas las denominaciones de espacio, desde los más minúsculos a los que la vista no abraca, incluyendo los espacios virtuales, como aquellos definidos por las líneas geográficas de los mapas. Otro de esos libros es Pensar, clasificar, un conjunto de textos, donde Perec juega con las listas, la variaciones sobre esas listas y las descripciones minuciosas de objetos, al modo de la nouveau roman, pero sin tanta parafernalia postmoderna. Se puede uno perder también en Me acuerdo, una suerte de agenda donde Perec intenta apuntar todas aquellas cosas que recuerda (esta es posiblemente la peor de las limitaciones, la de la memoria). En los tres últimos años, más o menos, se han publicado otras cuatro obras entre las que se encuentran Un hombre que duerme (esta es una reedición, puesto que ya la publicó Anagrama hace algunos años) y en la que la desidia parece ahogar al personaje, que se niega a inmuscuirse en la actividad de la vida. Desea sólo dejarse llevar. Este es un breve fragmento de la misma:

"Más tarde, llega el día del examen y no te levantas. No es un gesto premeditado, no es un gesto siquiera, sino una ausencia de gesto, un gesto que no realizas, gestos que evitas realizar. Te acostaste temprano, has dormido plácidamente, habías puesto el despertador, lo has oído sonar, has esperado a que sonara, durante varios minutos por los menos, ya despierto por el calor, o por la luz, o por el ruido de los lecheros, de los basureros, o por la espera. Tu despertador suena, tú no te mueves en absoluto, te quedas en la cama, vuelves a cerrar los ojos. Otros despertadores comienzan a sonar en las habitaciones contiguas. Oyes ruidos de agua, de puertas que se cierran, de pasos que se precipitan por las escaleras. La rue Saint-Honoré comienza a llenarse de ruidos de coches, chirridos de neumáticos, cambios de marchas, breves sonidos de bocina. Los postigos golpean, los comerciantes levantan sus persianas metálicas. Tú no te mueves. No te moverás. Otro, un sosia, un doble fantasmagórico y meticuloso hace, quizá, en tu lugar, uno a uno, los gestos que tú ya no haces: se levanta, se lava, se afeita, se viste, se va."

Hace tan sólo unos meses se publicó El aumento. En esta obra, la restricción viene impuesta por el esquema de la obra. Se trata de agotar todas las posibilidades que se pueden plantear cuando un individuo va a pedir un aumento de sueldo a su jefe, y como esquema de la obra se presenta uno de esos esquemas de evaluación de opciones en los que a partir de una misma opción existen varias posibilidades de acción. Hay muchas otras obras de Perec, con restricciones interesantes, como Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en fondo de patio, Lo infraordinario o El gabinete de un aficionado.

Pero queda hablar de las grandes obras de Perec que, a mi juicio, son Las cosas y La vida: instrucciones de uso.

Las cosas fue su primera novela. En ella ya se ve perciben algunos de los rasgos que definirás después a Perec, sobre todo su gusto por las enumeraciones. Éstas no son casuales, una mera exposición de sustantivos en orden, sino que definen a los personajes pues su posesión les define de algún modo, pues son extensiones más allá de sus cuerpos. Las relaciones entre los personajes de esta novela se establecen, de hecho, a través de dichos objetos. Y además la obra comienza empleando un tiempo condicional, algo que nunca había visto el comienzo de una novela.

Pero su gran obra es, sin duda, La vida: instrucciones de uso. Aquí se dan cita todos los Perec posibles. Definir la trama no es posible, aunque a grandes rasgos, trata acerca de la vida de los inquilinos de un edificio de pisos (de todos ellos) aunque con especial énfasis en alguno de ellos, como un millonario que decide llevar a cabo la obra de su vida que consistirá en viajar a diversos países donde pintará un determinado paisaje. Después ordenará realizar puzles con esos paisajes para finalmente reconstruirlos y destruirlos, para que no quede nada de su obra al morir. Pero este argumento e sólo para aquellos que deseen ver una historia. El resto pueden disfrutar con la cantidad de voces posibles que hay en la novela, con las inmensas descripciones y listas de objetos que aparecen en la misma (recuerdo perfectamente una acerca de las herramientas de una ferretería) y en el camino se mezclan historias de misterio, algún amor y sobre todo muy buena literatura. Y, por supuesto, la estructura formal de la novela no podía ser sencilla. La mirada viene determinada por el movimiento del caballo en el ajedrez.

Me dejo por el camino muchas otras virtudes de este autor, que es posiblemente uno de mis cinco preferidos (no me atrevo a nombrar a los otros cuatro para no dejar a ninguno fuera). No creo que haya existido nunca un autor tan creativo como Perec, que haya aportado tanto a la estructura formal y a los juegos con el lenguaje. Con Perec hay que olvidarse de la trama y perderse en el fondo de la literatura, que no es sólo narración sino también, y sobre todo, búsqueda de nuevas formas empleando el material de este arte, que es la palabra.

martes, noviembre 02, 2010

El Otro.

I

Debo a mi obstinada curiosidad la conciencia de existencia del Otro y de los ladrones de libros. Todo comenzó en la librería de Garay, que visitaba una vez al mes en busca de libros y conversaciones (ambos eran escasos en mi vida o, tal vez, nunca suficientes). Habitualmente era yo quien elegía los títulos que me llevaba a casa (los llevaba pulcramente anotados en una página minúscula de una libreta) pero Garay se permitía aconsejarme algún título que yo no había escuchado antes ni por asomo. Esta vez le pedí un Tratado sobre los espejos de Hutchinson y una novela inmemorable de un amigo escritor del que no desvelaré su nombre por cierto sentido del decoro que aún me empuja a la corrección política. Garay se permitió recomendarme una novela y para ello empleó un tono críptico que no era habitual en él.
-El Otro- me dijo- contiene todo aquello sobre lo que siempre has querido escribir. Lo descubrí la semana pasada y sé que te puede interesar.
Me acercó el libro y lo dejó sobre el mostrador. Lo cogí casi sin mirarlo. Tan sólo vislumbré el color bermejo de la cubierta con letras mayúsculas en negro anunciando el nombre del autor y el título de la obra:

EL OTRO

Por Rómulo Gea.

Lo guardé en la bolsa con el resto de adquisiciones. Pagué a Garay y le prometí volver el mes siguiente con mi opinión sobre la novela. Me instó a que la leyera lo antes posible. Te interesará, sin duda, repitió.
Me marché a casa y dejé los libros sobre la mesa del despacho. Nunca he sido un lector impaciente. Impetuoso sí, pero no impaciente. Me gusta dejar reposar las nuevas adquisiciones en casa, percibir cómo se impregnan del olor y el polvo del despacho y, pasado un tiempo, deleitarme en su lectura sintiéndolos como algo propio desde la lectura de la primera página. De este modo procedí con mis nuevas adquisiciones.
Una semana después sonó el teléfono. Era Garay:
-¿Leíste la novela que te recomendé?
-Ni siquiera la he abierto.
-Deberías leerla- volvió a emplear su tono críptico.
-¿Por qué tanto interés en la novela?- inquirí.
-Deberías leerla.
Colgó.
He de confesar que consiguió intrigarme. Fue más su insistencia en que leyera la novela que su tono artificialmente críptico. Decidí por tanto obviar el ritual al que sometía a mis libros. Recogí de la pila de libros el que Garay me había recomendado, me senté con aplomo en mi sillón de orejas y comencé a leer.

II

La lectura del libro me indignó y me aterró simultáneamente. A decir verdad, no sabía por cual de los dos estados decidirme. Al leer la primera oración del libro comprendí dos cosas: a) no necesitaba leer lo que restaba de la obra (aunque lo haría) y b) el interés de Garay por que leyese la novela estaba de sobra justificado. Proseguí la lectura, que me llevó unas tres horas. Decidí descansar. Bajé a cenar a un restaurante cercano, consumí una cena abundante y la regué con un excelente vino que me embriagó de inmediato. Sin duda necesitaba encontrarme en aquel estado. Regresé a casa y me preparé un whisky con hielo bien cargado. Dejé el vaso sobre la mesa del despacho y de una estantería saqué con cuidado una carpeta antigua que contenía unas cuartillas escritas por mí mismo hacía no menos de un año. Recogí la novela del salón y me senté en el escritorio.
Siempre he pensado que el silencio preludia los momentos cruciales de nuestras vidas. Aquel fue también un instante silencioso. Me disponía a cotejar aquellas obra que Garay me había recomendado con unas cuartillas escritas por mí hacía más de un año, sabiendo de antemano que los textos que contenían novela y cuartillas eran similares, si no idénticos.
Reinicié una lectura detenida de la novela tomando algunas notas. Analicé su estilo, sus personajes, sus giros argumentales, su sintaxis. Finalicé el análisis del primer capítulo de la novela y me arrojé sobre mis cuartillas. No había duda: allí estaban el mismo estilo, los mismos personajes, los mismos giros argumentales, la misma sintaxis, todos ellos como imágenes especulares de la novela de Rómulo Gea. Volvió la disyuntiva entre la indignación o el terror:
-Indignación: si la novela era una copia de mis cuartillas.
-Terror: si la novela no era una copia de mis cuartillas.
Decidí postergar el cotejo del resto del libro, con el convencimiento de que no encontraría diferencias sustanciales con respecto a lo analizado.
Pese a que esperaba que el insomnio no me dejase pegar ojo, dormí profundamente. No soñé.

III

Me desperté repuesto y ansioso por comenzar a trabajar. Pasé la mañana comparando la novela con las cuartillas. Eran, sin duda, la misma obra, aunque con leves modificaciones. He de reconocer (esto es penoso para un autor) que la novela de Rómulo Gea era superior a la que yo había proyectado. Parecía que mis cuartillas hubiesen sido sometidas a una tarea correctora que mejoraba notablemente lo que yo había escrito. Pero había algo más en aquellas correcciones. Yo hubiese suscrito todas y cada una de ellas. Había en la novela de Rómulo Gea (¿o era mía, o de ambos?) un ineludible olor a mí mismo incluso en las correcciones del texto que yo aún no había acometido. Era esa pre-visión, ese adelantamiento a mis intenciones lo que contribuía a al convencimiento de que la novela de Rómulo Gea era una creación atroz. La indignación, sin embargo, aún ocupaba una parte importante entre mis sentimientos encontrados.
La posibilidad de que alguien hubiese copiado mi novela era la que mantenía mi indignación latente. Pero era esa una posibilidad muy remota. Yo no había desvelado jamás el argumento de mi novela. Ni siquiera había señalado a nadie la mera existencia de aquellas cuartillas. Tan sólo declaré en un par de ocasiones la intención de escribir. Nunca las mostré. Las visitas a mi casa, muy esporádicas, y por lo normal femeninas, no estaban relacionadas con el mundo literario, por lo que tenía la seguridad de que el descubrimiento accidental de mis cuartillas por parte de alguna de aquellas visitas no hubiese despertado el más leve deseo de hurtarlas o, mucho menos, de imitarlas.
Cuando analizaba la situación desde este punto de vista descubría que las posibilidades de que alguien hubiese copiado mi novela eran casi nulas. Pero entonces dejaba el camino libre a mi imaginación para postular decenas de hipótesis a cual más disparatada y fantástica:
1.Yo estaba soñando y lo que vivía no eran más que alucinaciones de un cerebro que vivía en su eterno opuesto. Esta era a todas luces la menos original (recordaba a aquél cuento del chino y la mariposa) y acaso la menos verosímil de las hipótesis.
2. Existía un doble de mí mismo que vivía y escribía como yo pero con unos meses de adelanto (las correcciones a mi texto así lo sugerían). No pude evitar, a continuación, fantasear con la posibilidad de un encuentro con mi doble, las posibilidades literarias que ello ofrecía y las consecuencias físicas que podría ocasionar ese encuentro.
3. Mis cuartillas no eran más que una burda copia de la novela de Rómulo Gea y era yo el inconsciente impostor y no él. La verosimilitud de esta hipótesis se me antojaba nula, a no ser que fuese presentada en combinación con la hipótesis número 1.
4. Se trataba de una broma de alguien que había tenido acceso a mis cuartillas, que había realizado una copia de las mismas, las había corregido y se había permitido publicarlas. Esta hipótesis se me tornaba como la más realista (sin duda) y sin embargo mi intuición la negaba de forma rotunda.
5. Cabía la existencia (llegados a este punto mi imaginación ya era inagotable) de universos paralelos en los que yo hubiese finalizado mi novela y ésta hubiese llegado a mis manos a través de alguna grieta temporal que mi sosias habría aprovechado para jugarme una mala pasada (no podía descartar esta opción sabiendo lo perverso que tiendo a ser conmigo mismo).
6. Alguien podría haberme escuchado hablar en sueños sobre mi novela y después haberla hurtado de mi despacho o haber realizado el esfuerzo menardiano de tratar de escribirla, suplantándome en el estilo y las ideas e incluso en las correcciones aún no realizadas (hipótesis descabellada, es cierto, pero nacida de la desesperación).
7. Yo mismo había escrito la novela y no lo recordaba (esta posibilidad me intrigaba especialmente). Pero, ¿por qué publicar la novela con pseudónimo? A no ser que yo fuese Rómulo Gea y no quien creía ser.
8. Podían existir combinaciones de las hipótesis anteriores que complicasen (¡más aún!) la explicación de las novelas duplicadas.
9. Ninguna de las posibilidades anteriores (agotadas mi inventiva y mi modestia esta me parecía la más fantástica de las hipótesis).

(continuará)