
Íbamos paseando juntos, Ana y yo, cuando le vimos. Pareció surgir de la nada, como esos pensamientos recurrentes y adormilados de las tres de la mañana. El hombre, desnudo y joven, de unos treinta años mal llevados, miraba a su alrededor, incrédulo, dudoso acerca de la palpable realidad que lo rodeaba.
-Mira, cariño,- me dijo Ana, -un hombre desnudo. Pobrecito, ¿estará enfermo?
El hombre desnudo, que intentaba tapar sus órganos sexuales con manos trémulas, nos miraba como si nos conociera de algo, pero sin atinar de dónde y porqué. A nosotros, sin embargo, no nos resultaba vagamente familiar siquiera.
Nos acercamos más a él, aunque con precaución. Podría tratarse de un loco peligroso aunque, no sé porqué, no nos daba esa impresión. Más bien parecía un hombre cuerdo envuelto en una situación absurda y que le superaba por completo.
-Disculpe,- inquirí yo a pocos metros del hombre desnudo, -¿se encuentra usted bien?
Sus ojos se encontraron con los míos y permanecieron fijos en ellos durante un rato demasiado largo para mi propia comodidad. De repente, sonrió y suspiró, como si hubiera entendido a bote pronto todo el asunto. Incluso retiró las manos, dejando al descubierto sus partes pudendas. Y, en menos tiempo del que se tarda en contarlo, cerró los ojos y desapareció de golpe.
Sus ojos se encontraron con los míos y permanecieron fijos en ellos durante un rato demasiado largo para mi propia comodidad. De repente, sonrió y suspiró, como si hubiera entendido a bote pronto todo el asunto. Incluso retiró las manos, dejando al descubierto sus partes pudendas. Y, en menos tiempo del que se tarda en contarlo, cerró los ojos y desapareció de golpe.
Sencillamente, estaba ahí un segundo antes y luego ya no estuvo más. Esfumado.
Nos quedamos perplejos ante la extraña experiencia que acabábamos de vivir, dudando de su empirismo y de su ilógico final.
La respuesta, la obvia respuesta, golpeó nuestros cerebros a la par, tras varios minutos de velada deliberación: el hombre soñaba que estaba desnudo, y cuando se dio cuenta de ello, cuando fue consciente de que era un sueño y nada más, decidió despertar.
La pregunta subsiguiente tampoco tardó en llegar: entonces, ¿estábamos nosotros dentro de su sueño? ¿Éramos acaso un mero sueño del hombre desnudo?
Ana me abrazó, con el miedo que tienen los niños y los ancianos ante la muerte, el miedo terrible a no ser nada más que humo. Pero, ¿acaso no lo somos todos, al fin y al cabo? Quizá apenas seamos el sueño de alguien.
Todos nosotros.
Cayetano Gea Martín
Muy calderoniano te pones con el tema filosófico de "la vida es sueño". "¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción... etc."
ResponderEliminarA mí más bien me recuerda al cuento hómonimo de este blog...
ResponderEliminarCreo, Pater, que Pedro ha dado más en el clavo...
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