lunes, diciembre 31, 2007

Adolfo Bioy Casares - Diario de la guerra del cerdo


Alianza Editorial
250 páginas
Formato Bolsillo
7,50 €

Hacía mucho que no volvía al cálido abrazo que suponen las letras de Don Adolfo, ese enorme escritor que, a pesar de haber escrito el cuento perfecto (En memoria de Paulina) o la novela corta perfecta (La invención de Morel), siempre ha estado injustamente a la sombra de Borges.

Este libro en cuestión me ha sorprendido bastante. Como me pasa siempre con el bueno de Bioy, las primeras veinte páginas se me hicieron algo cuesta arriba. Después, vinieron las doscientas restantes en un solo día.

La premisa me ha apasionado: un grupo de amigos en torno a los sesenta años, que aún se siguen autodenominando “los muchachos”, siendo uno de ellos el protagonista, caen en una caza de brujas por parte de los jóvenes de Buenos Aires, los cuales, por motivos que no parecen responder a un móvil concreto, comienzan a cazar y matar ancianos, en lo que ellos mismos denominan “la guerra a los cerdos”.

Isidro Vidal, un hombre que se encuentra en la frontera entre la madurez y la vejez, y que vive en un incómodo apartamento del lumpen bonaerense, contempla asustado cómo sus amigos, algo mayores que él, van muriendo uno a uno. Y él, persona derrotada, divorciado, con un hijo que lo desprecia, se debate entre hacer algo o dejarse llevar por su carácter débil hacia la entropía.

En el horizonte, una relación imposible, de ésas que tanto gustan a los autores hispanoamericanos; sentimientos no resueltos de un hombre, Vidal, que sigue siendo un adolescente emocional, y que ahora, en el otoño de su vida, se valora menos que nunca.

Este libro es una impresionante alegoría sobre la soledad y la vejez, sobre cómo se siente una persona cuando deja de importar para el mundo, cuando te atienden mal en la panadería, cuando ya no puedes mirar a las mujeres sin que piensen en ti como un viejo verde. En resumen, la repulsión e incomprensión que siente la sociedad por las personas mayores.

Con este libro, Bioy sigue haciendo lo que mejor sabe hacer: deconstruir la sociedad, con su elaborada sociología de ficción. Bioy, mucho más cotidiano y mundano que Borges, ofrece en esta novela, como siempre, todo lo que una novela puede contener: amor, horror, belleza, ficción, laxitud, alegría y pena; en mundo parecido al nuestro, pero que se rige por principios diferentes, alterados.
¿Qué más se puede pedir?


Cayetano Gea Martín

viernes, diciembre 28, 2007

Frikismo musical


Hoy el comentario es muy breve, pero a la vez, aclaratorio. Hora de definirse, niñas y niños.
Gamma Ray, la banda con la cual conocí en mi adolescencia el mundo del metal para ya no apearme de él, ha sacado un nuevo disco, curiosamente, la continuación de aquel disco que a la gente de mi grupo nos abrió los ojos (¿verdad, Pedro?).

Podría decir que he evolucionado musicalmente desde entonces, que mi espectro es ahora infinitamente más amplio, pero eso, supongo, debería ser algo obvio para gente que, como nosotros, necesitamos constantemente la sorpresa, el cambio, lo que los anglosajones llaman “sense of wondering”.

Y eso fue exactamente lo que provocó en su día el disco de marras, hace ya la friolera de trece años.

Será por eso que dicen que no evolucionamos realmente. Porque, ¿qué puedo encontrar en este disco que no conozca ya de antemano? Nada nuevo. Metal puro y duro, sin concesiones. Eso sí, es casi tan bueno como su predecesor (¡sí, Pedro, sí!), y me ha hecho sentir con quince añitos de nuevo, revivir las emociones y los colores de antaño, cuando todo parecía nuevo y hecho para mí.
Y eso no está mal, ¿verdad?

Cayetano Gea Martín

Gamma Ray - Land of the Free II
Kai Hansen: vocals, guitars
Henjo Richter: guitars, keyboards
Dirk Schlächter: bass
Daniel Zimmermann: drums


Vídeo de Into the Storm

jueves, diciembre 27, 2007

Tierra Baldía


El refugio, día 2

Es curioso cómo el hombre se habitúa y se amolda a cualquier tipo de situación. Desconozco de otra criatura que sea capaz de hacer lo mismo y de vivir con este marcado carácter gregario que, quizá, sea la clave de nuestra capacidad de supervivencia.

En el refugio somos trece personas, siete mujeres y seis hombres. Originalmente éramos catorce, pero hace una semana murió Karl, el mayor de nosotros. Nunca hubo o no lo recordamos nadie más aquí. Crecimos solos, sin padres, como los niños perdidos de Nunca Jamás. Y en parte, este lugar es eso. Pero también teníamos un Peter Pan, y ése era Karl. Él nos enseñó las normas básicas de cualquier sociedad civilizada, la educación, la lectura, el estudio, el trabajo, el desarrollo sexual. Aprendimos que antaño hubo gente que poblaba el mundo exterior, gente que vivía ahí fuera, en el Desierto-Que-Antes-No-Lo-Era, en la tierra baldía.

Afortunadamente, para mí al menos, el refugio contiene toda la información necesaria que podamos desear, tanto visual como auditiva. Gracias a eso, pude leer y convertirme en una persona cultivada y de refinados gustos. Aprendí (y lo sigo haciendo) mucho sobre el pasado, aunque no hay nada sobre el Apocalipsis que mandó a la humanidad a la papelera.

Inciso: Es curioso, utilizo palabras tales como papelera, barco, naufragio, templo, verdor u oso polar sin haber visto nunca nada de eso, salvo en los vídeos de que disponemos.

Los otros, el resto de los niños perdidos, no comparten mi gusto por la cultura y el conocimiento, salvo, y no del todo, Esmeralda. Los demás prefieren hacer ejercicio o hablar entre ellos. En un universo con tanto tiempo libre, dejas de preocuparte por él. Las actitudes se vuelven erráticas y laxas, como la de los ancianos que eran encerrados por sus hijos en lugares aclimatados para que no molestasen, como si la edad fuera algo contagioso y no lo que realmente es: una semilla pútrida que anida en nuestro pecho, esperando brotar.

Ah, mi mente no es capaz de darle sentido y coherencia a lo que escribo, y así voy saltando sin orden ni concierto de un tema a otro según los voy recordando. Se me olvidaba decir que, en efecto, somos trece personas aquí y que, por desgracia, no seremos más, ya que la radiación, a pesar de encontrarnos aislados, hace mella en nuestros cuerpos. Como consecuencia, somos impotentes y estériles, además de envejecer mucho más rápido de lo normal. Sabemos que antes de la hecatombe las personas eran capaces de alcanzar edades que ahora se nos antojan de ciencia-ficción. Por lo que he podido ver, yo debo de tener el aspecto que tenían los hombres de unos sesenta años.

Tampoco, y quizá como consecuencia de no poseer apetito sexual, tenemos unos sentimientos muy fuertes hacia los demás. Esto lo pude comprobar tras la muerte de Karl. Nos entristeció, sin duda, pero no alteró nuestra rutina diaria. Yo mismo he de confesar que a duras penas soy capaz de sentir algún tipo de sentimiento por alguien de aquí, salvo indiferencia. No sé qué es el amor. Veo en alguna película antigua o leo en algún ajado volumen cómo quien más quien menos tiene a alguien de quien preocuparse, llegando hasta el extremo de dar su vida por amor. Claro que, a falta de una fuente fidedigna, puede ser que eso solamente ocurriera en la ficción. Quizá era como a las personas les gustaba verse reflejadas. ¿Puede ser que volcaran todos sus deseos en el arte? El ser humano es una criatura compleja e incompleta. Por mi parte, lo más cercano a amar a alguien que poseo es a Esmeralda. Es una persona curiosa y desconcertante, hecho que me encanta. El resto de los moradores del refugio poseen una especie de mente colmena. Ella brilla con luz propia.

El cansancio atenaza mi mente y mi atención divaga hacia las paredes tachonadas de fotografías y recortes de prensa de mi habitación. Creo que lo voy a dejar por hoy. Quizá mañana, en vez de escribir, podría revisar lo escrito e intentar dotarlo de algo más de estructura, no sé. Me voy a cenar y después a dormir el sueño de los justos, ya que eso es lo que somos, justos. Es como si el hombre hubiera sido por fin capaz de erradicar el pecado, aunque para ello tuviera que desaparecer el mismo de este plano de la existencia.


Cayetano Gea Martín

martes, diciembre 25, 2007

¡450!

Pues eso.
Que ya llevamos 450 entradas (bueno, con esta, 451) en este, vuestro blog... Han sido cuatro años increíbles donde nosotros dos (y algún que otro colaborador fortuito como Nacho o Javi) hemos podido dar rienda suelta a nuestros escritos y disparates, algo que nos ha resultado siempre muy placentero y gratificante...

Estamos preparando algo especial para cuando alcancemos la simbólica cifra de 500 entradas, algo que os implicará a los que nos leéis... Y no puedo revelar más, no, no me tiréis de la lengua...

Besos y abrazos y muchísimas gracias por estar ahí...

Pedro Garrido Vega
Cayetano Gea Martín

sábado, diciembre 22, 2007

Vacío.

Acude desde hace tres meses a aquella ventana. Es de noche y apenas hay una o dos personas caminando por la calle con paso rápido. La ventana está iluminada y tras ella se balancea la sombra, que se acerca y se aleja sin prestar cuidado a lo que ocurre fuera. Él la observa silencioso, sentado en un banco. La sombra baila, se contonea, quiere asomarse pero de nuevo se aleja. Cada una de esas aproximaciones a la ventana es una nueva esperanza, que inmediatamente se difumina, cuando la ve de nuevo alejarse. Es un sexto piso. La luz es muy blanca y la sombra muy oscura. Él espera a reunirse con ella en algún momento. No tiene valor para subir y prometer no sabe qué ni proponer no sé qué insólitas explicaciones. La ventana se abre y la sombra, menuda al principio, se hace más grande. Se acerca, se acerca, piensa él, mientras la sombra crece, crece, se acerca, se acerca y ¡plaf! Por fin juntos.

viernes, diciembre 21, 2007

Besugos


Claro que te entiendo, vamos a ver, es que parece que me estás llamando algo que yo no soy, joder, ¿vale?; que a mí a comprensivo, cariñoso, simpático, agradable, atractivo, interesante, bondadoso y modesto no me gana nadie, ¿estamos o no estamos, tronco?; es que a veces parece como que estoy hablando con una pared, hombre, y eso no puede ser o no debe ser, elige tú el verbo modal que más rabia te de, aunque no sé si se puede decir en español lo de verbo modal, que estoy ya tan contaminado con el puto inglés que se me olvida mi propio idioma, la hostia; como me dijo el otro día ese que viene por aquí y que, sí, ya sabes de quién te hablo, sí, el de los cafés y las frases tremendas, ese tío, sí, pues me dijo el colega que al inglés le pasa como a los Beatles, que está sobrevalorado, ja, ja; no me dirás que la frase no es buena, macho, no lo puedes negar, oye, que estás hablando conmigo, ¿vale?, no con esos otros que pululan por estas cuatro paredes de garito, de garito de guiris, ja, un guirito, vaya, si se me permite acuñar el término, y sí, tío, acabo de leerme lo que me dejaste, ya sabes, el libro ese sobre la educación y no puedo estar más de acuerdo contigo, aunque me joda y me cueste, que dar mi brazo a torcer no te voy a negar que me resulte fácil, ojo, pero lo intento todo lo que puedo, que uno procura no encabezonarse en demasía y mostrar cierta empatía, que el pluralismo es básico en este siglo nuestro de las luces, o por lo menos deberían serlo, como luces, pocas, tiene la rubia de la barra, ¿te has fijado?, vaya, si es que no puedo estarme quieto, ya lo sé, que debería ser capaz de controlarme, pero es que veo a una de ese tipo y, buf, son mi debilidad, como las tuyas son jugar al rol y masturbarte como un mono en celo, así que permíteme sin me quedo con las mías, amigo mío, que las tuyas me resultan patéticas y simplistas, aunque oye, que lo entiendo, ¿eh?, que el que nace feo pues no le queda otra que hacerse friki, claro, que se le va a hacer, jajaja, pero, vamos, que lo comprendo y que en todo caso lo que me despiertas es lástima, que también soy compasivo, que me lo dejé colgando de la lista anterior, cachis la mar.

Cayetano Gea Martín

martes, diciembre 18, 2007

Tierra baldía

El refugio, día 1

Desde mi retiro espiritual escribo estas líneas. Fútil es decir cuál, ya que a estas alturas, solamente debe quedar uno. El resto del orbe terrestre es una vasta extensión de tierras baldías, animales mutados y los espectros de los miles de millones de seres vivos muertos, cuyas improntas grabadas en la arena se manifiestan de vez en cuando. Se diría, si aún tuviera sentido del humor o ironía, que las almas también padecen el efecto invernadero y son, por ende, incapaces de trascender este plano de la existencia.

¿Quién podría recordar cómo comenzó todo? Difícil resulta saberlo. En un mundo sin que nadie registre nada, sin ningún medio posible de grabación, salvó, quizá, estas pocas hojas de papel que poseo y que, en un mundo sin árboles, arroz o piel de animal, resultan más valiosas que la vida de muchos hombres; la única transmisión viable de conocimientos es la oral, y, lamentablemente, quedamos tan pocos… Pero aún así acometo la tarea de dar cuenta escrita sobre todo lo que pueda o recuerde, ya sea para provecho de alguna improbable generación venidera o para hacer algo de provecho en mis veinticuatro horas diarias de tiempo libre.

Así pues, ¿cuándo ocurrió el cataclismo que exterminó a dos terceras partes de la raza humana de un coletazo y al tercio restante en los años siguientes casi al completo? Ah, no queda nadie en el planeta que sea capaz de responder esa pregunta. Aunque existen todavía, quizá, doscientos seres humanos, y yo haya podido ver, a lo largo de mi existencia aquí, un total de doce personas, no queda nadie lo suficientemente anciano para ello. Todos los que vivimos hoy nacimos varias décadas después del Apocalipsis.

Lo que sí sabemos, aunque escuetamente, es qué fue lo que pasó: las sucesivas detonaciones y el consiguiente invierno nuclear. Aunque a veces deseo no saberlo y haber nacido con la idea de que siempre fue así el mundo. La memoria de una tierra verde y de un aire no contaminado de radiación resuena por los pasillos de este retiro como ecos legendarios de tiempos pretéritos.

El refugio es un lugar agradable y bien protegido. Construido los dioses saben hace cuánto para proteger a los mandatarios de un conglomerado de naciones llamado Europa de un posible ataque nuclear. Algunos dicen que somos los descendientes de aquellos hombres y mujeres, y que los humanos que quedan vivos y con salud provienen de otros refugios similares a éste. Puede ser, quién sabe. Nunca he abandonado este lugar. Desconozco de la existencia de otros lugares parecidos, o de otras opciones de supervivencia posibles. El mundo es una roca seca sin sentido, como tantas otras en el cosmos. No somos más que parásitos a la deriva en un barco que ya hace tiempo naufragó.

Estoy cansado. Mi cerebro requiere de sueño y de alimento. Escribir es una ardua tarea a la cual no estoy acostumbrado. Pero sigo firmemente decidido a llevar un diario hasta que me llegue la muerte, la cual, calculo, ya no tardará demasiado en llegar. Ayer cumplí cuarenta y cinco años.


Cayetano Gea Martín

viernes, diciembre 14, 2007

?

Hoy no se me ocurre nada, así que cuelgo unas frases de un amigo llamado José Luis, azote de los necios y tertuliano de eterno café. Hala, buen finde:

Dios ha muerto, Nietzsche también, y yo no me encuentro muy bien.

A la lengua inglesa le pasa lo que a los Beatles: está sobrevalorada.

En estos tiempos todo es integral, hasta los idiotas.

José Luis Raposo Coedo

lunes, diciembre 10, 2007

Presentes

Incienso, panegírico de la transubstanciación, oblea del daño inminente, para el niño que perdió su visión de infante ante el trono de un dios cruel capaz de dejar a su hijo morir por darnos una lección.

Mirra, panacea de la inutilidad, placebo del engaño para el padre cornudo que, por no enfadar al jefe, tuvo que comulgar con ruedas de molino y tragarse la trola de que su mujer follara con una paloma.

Oro, soborno del alma, muerte del clítoris, para la madre virgen que espantará las moscas de su hijo muerto con sus dedos incapaces de amarse a sí mismos, condenada a condenar a las mujeres del mañana a una vida de servidumbre.


Cayetano Gea Martín

martes, diciembre 04, 2007

Herman Hesse - El lobo estepario


El lobo estepario
Hermann Hesse
Alianza Editorial
Formato Bolsillo
248 páginas
Precio: 7,50 €

Con miedo me he vuelto a asomar a este libro, con el miedo que da el habérmelo leído hace tres años y el no haber encontrado en él lo que la gente le ve. Afortunadamente, esta vez no ha sido así. Lo cierto es que el libro de marras me ha fascinado.

Harry Haller, un solitario hombre maduro, que vive rodeado de libros, intenta compaginar en su interior dos almas. La primera, la de ser humano, es altamente ética, moralista y refinada. La otra, la de lobo estepario, refleja su lado animal, su odio por la sociedad burguesa y sus valores decadentes. Harry es el prototipo del intelectual artístico, incapaz de entender el mundo que le rodea, atrapado en un mutismo voluntario y empecinado. No comprende cómo Goethe y Mozart han dado paso a la literatura pastiche y a la música Jazz. Aislado así de la sociedad, se compromete a poner fin a su vida cuando cumpla la simbólica cifra de cincuenta años.

El estilo del libro es del que más me ha gustado siempre: conciso y claro, diciendo mucho con palabras sencillas. El libro es un compendio de prácticamente todo, es uno de esos manuscritos a los que me gusta definir de totales: todo cabe en él, y además, bien, de eso que lees y te da envidia sana la facilidad con la que el autor da en el clavo sin aparente esfuerzo y sin tener que recurrir a un lenguaje recargado, con abuso adjetival (es decir, como el mío, por desgracia).

El libro comienza lento, desgranando el personaje con calma y desde varios puntos de vista, para acabar con la aparición femenina, símbolo de la redención (aunque no es un símbolo tan obvio como se pueda creer en un principio), y en un teatro de lo absurdo, donde el realismo mágico y la sociología de ficción se dan la mano.

Lo mejor del libro, técnica aparte, es, para mí, el haberme visto reflejado en muchos momentos del mismo. Por que ¿quién no se ha sentido alguna vez un marginado de su propio tiempo? A veces, solamente necesitamos que alguien nos abra los ojos y nos diga, ‘Oye, tú, que puedes tener un cerebro y unas ideas muy grandes sobre la vida y todo eso, pero también tienes que aprender a reírte, a pasarlo bien, a vivir con tantas musas en tu coco y a hacer algo productivo de ellas”. Y esa es la clave del libro, a mi entender: el humorismo (que no el humor), como una sabiduría superior para poder canalizar todo lo que llevamos dentro. Mozart no paraba de reírse, Harry no, y deberá reconocer que lo que sabe no es suficiente ni es lo más válido.

En resumen, no os lo recomiendo, si no que os insto a leerlo. ¿Nunca os habéis sentido incapaces de enfocar vuestras respectivas habilidades innatas porque ellas os han alejado de la sociedad? Aquí tenéis un manual del escapismo y la esperanza más pesimista que podréis encontrar. Psicología de la buena, no de panfleto de consulta a lo Bucay y otras sandeces de aprovechados que, parafraseando a Marga, no han sabido entender a los clásicos.

Saludos, lobos esteparios.


Cayetano Gea Martín