viernes, septiembre 28, 2007

1.La espera.

Una señora adinerada y hermosa aún a pesar de contar con algunos años más de lo que podría denominarse sin temor a equívoco la madurez, bebe un vaso de whisky mientras escucha algo de música y espera a un señor que acude a su casa una vez a la semana y con el cual comparte una mínima charla y muchos abrazos y caricias. Lo cierto es que esta señora ya no precisa verse embarcada en una ilusión amorosa o engaño similar. Disfruta de lo que este señor le ofrece aún a sabiendas de que lo único que persigue es la herencia que de ella podría obtener. En el fondo, piensa esta señora, el trato no es del todo injusto, teniendo en cuenta que ambos salen beneficiados de la situación. Mientras ella, que ya ha renunciado al amor y las ilusiones pasajeras, se conforma con un día a la semana de cierto lúbrico placer, él obtendrá en el futuro unos bienes que ella, aunque quisiera, no podría disfrutar siendo ya cenizas, o fantasma o materia inorgánica en continua transformación.
Aunque no desea embarcarse en ilusión alguna lo cierto es que esta señora está ilusionada esperando que llegue el apuesto señor, al que conoció con motivo de una fiesta que se celebró en honor de su difunto marido. El señor apuesto, que vestía traje de Versace impoluto y calzaba unos excelentes Martinelli de piel, se presentó como el director ejecutivo de la empresa que en su día dirigió su marido, de la que esta señora es en la actualidad la accionista mayoritaria y en la que no interviene en decisión alguna. La señora, mientras bebe el whisky cómodamente recostada en un extensísimo sillón de cuero negro, procede a ejercitar la memoria e intenta recordar cada uno de los encuentros con el señor apuesto. Debe reconocer que no recuerda todos ellos y, de los que recuerda, apenas quedan algunos detalles en su memoria. Se da cuenta con horror de que no recuerda el rostro de ese hombre que la visita cada semana y de que tal vez tenga que visitar a un especialista, a pesar de que su natural resistencia a ello le anime a lo contrario. Sin embargo, trata de tranquilizarse, en cierto modo el no recordar su cara es un apremio para volver a verlo, ya que de ese modo puede experimentar de nuevo la sensación de volverlo a ver por primera vez, de repasar sus gestos con minuciosidad y hacerlos suyos una vez más. Es como si muriese con cada despedida, como si ella desease esa muerte para seguir aferrada a la necesidad de descubrir su rostro en cada nuevo encuentro. Su gesto se contrae en una mueca que no podría afirmarse si es de dolor o de alegría porque la señora cree reconocer un atisbo de ilusión en lo que hasta ese momento ella pensaba que era mero pasar el tiempo, mero vivir, mero envejecer. Apoya el vaso de whisky sobre una mesa de cristal y decide moderar el flujo de sus pensamientos pues pronto, se dice a sí misma, se verá pensando en el futuro, cuando se ha prometido encomendarse al carpe diem y que el tiempo transcurra como un flujo continuo, sin necesidad de colocar en él esperanzas o remembranzas que la hagan saltar de un lado a otro hacia eventos inexistentes por pasados o por futuros.
La señora espera con paciencia al señor apuesto. Se dirige en un par de ocasiones al espejo que hay en un rincón del salón y allí se coloca el cabello por encima del hombro, con un gesto que deja entrever tristeza y añoranza, a pesar de su deseo de vivir el presente como único tiempo posible. En la cama, el futuro. La doncella ha colocado las sábanas por la mañana y la señora que espera ha encendido seis velas que desprenden un aroma a vainilla que disimulará, en parte, el olor de los cigarrillos que él fumará tras el simulacro amoroso.
La señora espera, mientras piensa que siempre espera. Y mientras tanto, espera.

P.G.V.

miércoles, septiembre 26, 2007

Un señor que (me) mira


Hay un señor que me mira, que me mira y me remira; lo tengo delante mío, no, perdón, delante de mí, siempre olvido eso, aunque mi padre me lo recordara una y otra vez. Ya debería saberlo yo, ¿no? dado mi temario de estudio.

La gente mira mucho en esta ciudad, debe ser una especie de deporte nacional, de pulsión (buena palabreja) irracional. La gente mira, como mira este señor. Este señor de bigote y esmoquin, como sacado de un daguerrotipo de finales del siglo XIX, o de un sketch de Monty Python.

El señor que me mira no dice nada, solamente me mira como si no fuera con él, como si mirase la pared del fondo de este sucio bar de esta Babilonia moderna.

La historia de cómo llegué aquí, proveniente de un pueblecito de Galicia, lo cual hace que me llamen gallega por partida doble, no tiene nada que ver con esto que escribo, aunque esa era mi intención inicial, cuando me senté en el rincón más discreto del local a escribir.

Pero me distrajo, me distrae, los ojos de ese señor con pinta de bohemio cincuentón. Esto no es como mi pueblo, debo tener cuidado, cuidado. Aquí hay mucha gente, y seguro que no toda es de fiar. ¿Quién me asegura a mí que este señor no es alguien con malas intenciones? Un pervertido, quizá, un maduro caballero porteño que gusta de filtrear con inocentes jovencitas estudiantes de literatura.

Debería esconder el libro de Bioy Casares, está demasiado a la vista y puede dar lugar a malentendidos, como que voy de intelectual pero que en el fondo estoy buscando algo más. Lo guardo, lo guardo.

Me está poniendo nerviosa, caralho, tanto silencio y tanta miradita. ¿Qué querrá? ¿Qué demonios querrá?

Oh, parece que se levanta. No deja de mirarme, pero se levanta. Oh, se acerca, se está acercando a mí. Lo tengo justo a mi lado. Su mirada inquisidora parece desnudar mi espíritu, arrancar de mi corazón los secretos más profundos. Abre la boca, se dispone a hablar.

-Disculpe, señorita, ¿podría dejar de mirarme de esa manera?



Cayetano Gea Martín

lunes, septiembre 24, 2007

Deux Ex Machina

Perdóname, padre, porque he pecado. He cometido crímenes horrísonos, de esos por los cuales te condenas irremediablemente. He pecado por y contra natura, he ofendido a mis semejantes y he practicado con enfebrecido deseo el vicio de Onán.

Me acuso de haber escuchado música no sacra, de ir en compañía de mujeres de mala vida, y de hombres de mala catadura. Nada de lo que diga puede hace que expíe mis pecados, pero si me das una oportunidad más, te prometo que haré propósito de enmienda.

Hoy alzo mis brazos hacia Ti, confesando todo lo abominable y perniciosa que ha sido mi existencia. ¿Podrás perdonarme, en Tu eterna misericordia? Tienes ante Ti a un sincero arrepentido, a un penitente a partir de hoy. Prometo dedicar lo que me reste de vida siendo bueno para con los demás, entregar mi espíritu envilecido a una causa mayor, a la única y verdadera. La Tuya.

¿Puedes oírme? Ayúdame, Dios mío. Ayúdame. Aparta de mí ese cáliz. Me encuentro en una encrucijada, sometido a presiones demoníacas, a la tentación del súcubo impuro de la carne. Ayúdame, Señor, ayúdame.

¿Me oyes, Señor? Me oyes, pero acaso no me respondes por mis pecados. Te pido clemencia, piedad. Salva mi alma de las llamas del infierno, te lo suplico. No me dejes caer en la tentación y líbrame del mal, mi Señor.

¿Por qué no me respondes, oh, Tú, Creador? Mi arrepentimiento es sincero. ¿Acaso es posible, siquiera imaginable, que la crueldad humana anide en Tu pecho? ¿Puede ser que el contacto prolongado con nosotros, paupérrimos mortales, haya confundido Tu sabiduría eterna? Algo así parece impensable. Ilógico. Pero Tu silencio me trastorna y me asusta.

¿O quizá es que disfrutas viendo a los humanos revolviéndose en sus lamentos? Al fin y al cabo, si fuiste capaz de dejar que Tu hijo sucumbiera ante una tortura despiadada, ¿qué puedo esperar yo mejor que eso?

¿O quizás es que no puedes? A lo mejor quieres ayudarme, lo intentas con todo Tu esfuerzo, buscas en Tu viejo grimorio algún hechizo que pueda contener las furias naturales que, quizá, Tú no controlas. ¿Podría ser?

¿O estaré preguntándole al vacío?

Cayetano Gea Martín


Nagarjuna, el nihilista, escribió las siguientes vías de negación de Dios:
“Si Dios puede acabar con el mal en el mundo, pero no quiere, entonces es un Dios cruel. Si Dios quiere acabar con el mal y no puede, es un Dios inútil. Si Dios ni puede ni quiere acabar con el mal, es tan cruel como inútil. Y si puede y quiere, entonces, ¿por qué existe el mal en el mundo?”


O laudate dominum!
Praedicate deum
Amate creatorem,
Qui creavit mundum
Oh, laudate dominum!

Andi Deris – Laudate Dominum

viernes, septiembre 21, 2007

Varios deseos de muerte y una muerte real (I, de muchos, muchos capítulos).


Prólogo.

Un señor alto y fuerte que ha concluido su primera novela se lanza al desafío de escribir un prólogo en el que dé cuenta de su obra, desmitificándola y sustrayendo de ella cualquier atisbo de originalidad. Por eso escribe, sólo un segundo después de pensarlo, que su obra no es en absoluto insólita pues, como las obras de Benábou, se encuentra incluida en el resto de las obras de la literatura universal. En ella no aparecen pensamientos o palabras que no hayan sido antes pensados y escritos por otros, por lo que su obra no deja de ser una suerte de plagio de la que, sin embargo, no se avergüenza, porque incluso a Dios, según Macedonio, se le advirtió que nada puede ser original, que ya está todo hecho, que no somos más que imágenes distorsionadas del pasado. Este autor primerizo, del que se conocerán algunos pormenores en el texto contiguo a este, es optimista con respecto a la labor del escritor y, aunque sabe, y ha quedado dicho ya, que la originalidad no es posible, se aferra como puede a esa otra cita atribuida a Gide, que él guarda como en tesoro en su memoria. Decía Gide que la literatura no hacía sino repetir lo dicho antes por otros, pero que como nadie lo escucha, hay que repetirlo muchas otras veces. Esta es la excusa perfecta para que este señor que ha escrito su primera novela, se aleje de la idea habitual de que la primera novela debe ser iconoclasta y revolucionaria.
Este señor es, además, agradecido con quien en algún momento le proporcionó cualquier tipo de material para construir su novela. Siendo estrictos, piensa este señor, tendría que agradecer a la literatura universal el hecho de que exista su novela, pero como, piensa este señor, la vida está plagada de regionalismos y concreciones y la memoria no puede sustraerse a esa condición, su lista de agradecimientos es más escueta de lo que cabría esperar. El primer agradecimiento es bastante obvio para quien, con algo de paciencia y un ápice de cultura literaria, repase el texto contiguo a este. Se encontrará con que la primera novela de este señor no deja de ser una copia alterada de aquella otra que se publicó hace veintisiete años, que llevaba por título Centuria, y cuyo autor era el transalpino Giorgio Manganelli. El propósito de este señor que ha escrito su primera novela es dejar bien claro en el prólogo que cualquier parecido de su obra con la del autor italiano no es mera casualidad, sino un intento premeditado de adentrarse en esa obra, de enfangarse absolutamente en su estilo y sus ideas. Este señor alto y fuerte escribe sobre una mesa de madera en un pequeño estudio de M., rodeado de reproducciones de obras dadaístas y bauhasianas. En una estantería situada junto a la mesa se muestran, a quien desee hojearlas, algunas de sus obras literarias predilectas entre las que no figura, por cierto, la obra de Manganelli por expreso deseo de este señor, que de ese modo siente una ausencia que ha tratado de enmendar, no comprando la obra, ni secuestrándola en una biblioteca, sino intentando reconstruirla con los retazos que de ella quedaban en su memoria, pero sin cuidado de cometer errores por omisión o por adición pues, según este señor, no se trata de elaborar un palimpsesto o de embarcarse en exóticos experimentos al modo de Menard, sino de emprender una reconstrucción de la obra desde su posición de lector creativo, con la singular ocurrencia de dar una idea de conjunto a una obra compuesta de fragmentos discretos y, en apariencia, independientes. Este señor piensa también, mientras escribe el prólogo de su primera novela, que cualquier parecido de su obra con el estilo o las ideas de Perec tampoco es accidental. Sin embargo, en este caso, la similitud no ha sido premeditada, sino el resultado de una profusa y meticulosa lectura del autor francés, del que el autor se ha imbuido hasta tal punto que a veces cree escribir por él o a través de él. Por último, piensa que cualquier parecido en su primera novela con el estilo o las ideas de cualquier otro autor tampoco será casual aunque en ningún caso habrá sido deliberado.
Mientras escribe el prólogo de su primera novela, este señor desea que los lectores que se asomen a ella la disfruten tanto como él disfrutó escribiéndola y espera que, si bien no les va a mostrar el secreto de sus respectivas existencias, podrá, quizá, mostrarles algún camino que conduzca a tal fin, o, al menos, les ayude a pasar un rato entretenido. Antes de dar por finalizada la obra procede a releerla. Acompañémosle en esa lectura final si la paciencia nos lo permite.


P.G.V.

jueves, septiembre 20, 2007

El Señor López

El señor López abrió la puerta para descubrir que su dormitorio ya no estaba allí. Sorprendido, miró hacia el pasillo para comprobar si se había equivocado de habitación, de casa o de mundo. ¿Estaré borracho?, se preguntó en voz alta, pero con poca seguridad. Había oído casos de gente que tiene un defecto en no sé dónde que les hace producir alcohol de manera orgánica. Quizá eso era lo que pasaba, o algún tipo de alucinación semejante.

Porque lógico no era, no.

La puerta de su dormitorio daba acceso ahora a una playa tropical. No es que se quejara, entendámonos, pero le parecía, cuanto menos, peculiar.

Muy peculiar.

Dos macizas ataviadas con tan poca ropa como era posible salieron a su encuentro, moviendo las caderas morenas al son de una melodía hawaiana. Cogiéndole de las manos, le invitaron a pasar y a tumbarse con ellas en una hamaca. Esto no tiene sentido, se dijo, debo estar soñando, lo cual rompió el hechizo.

El señor López se despertó, empapado.

Rezó porque fuera solamente en sudor.


Cayetano Gea Martín



Oráculo: Tiene diez segundos para conocer la respuesta exacta a la pregunta que usted siempre se hizo...

Señor López: Ah...

Oráculo: Uno, dos, tres,...

Señor López: Eeh...

Oráculo: Cuatro, cinco, seis, siete,...

Señor López: Umm...

Oráculo: Ocho, nueve, diez. Listo.

Señor López: Estee... ¿Q-qué... qué.. qué hora es?

Oráculo: Seis menos cinco. Que pase el siguiente.

Señor López: Pero... No, no pude pensar y yo qui...

Oráculo (al siguiente): Tiene diez segundos para conocer la respuesta exacta a la pregunta que usted siempre se hizo...

Carlos Trillo y Horacio Altuna: Las Puertitas del Señor López

martes, septiembre 18, 2007

Kamadeva

¿Sabes? Nunca te dediqué ni una línea, pero, eso sí, haces que mi vida sea peor tanto si estás como si no. Tienes el don de lo efímero, la cualidad del aire contaminado y la cadencia de los rumores, de los chismes que cuentan las señoras con bata, esas vecinas oportunas a las que siempre entrevistan por televisión cuando ha habido un asesinato en su bloque. Una familia normal, suelen decir, nada hacía sospechar que él fuera un pedófilo homicida, o algo semejante. Nunca nadie lo ve venir, ¿eh? Es como sí la maldad fuera una mera sombra, un reflejo de aceite bajo la sospecha de paraguas negros ondeando en los cementerios.

Tu sabes mucho de crímenes, ¿no es cierto? La rutina gris del asesinato no es que te sea desconocida, oh, no. Nada de eso. Más bien lo contrario. Casi se podría decir que lo promueves, que sabes cómo hacer que alguien se sienta tan especial que la idea de dejarse llevar por la frialdad de un arma le parezca una opción válida. O que los desesperados y los violentos descubran de repente que tienen nudillos al comienzo de sus dedos y que sepan cómo utilizarlos.

También consigues arrancar palabras huecas de los corazones perdidos, como el mío, esa masa de carne estriada a la que cada día le cuesta más cumplir con su función principal y biológica, así que imagínate la otra, la poética. Está complicadilla la cosa. Como dice el chiste, de follar ni hablamos, ¿no? Vaya.

Claro que estás licenciado en ruido y en furias, o en desolador silencio. Te amoldas bien, ¿eh? Qué gran capacidad de adaptación has tenido siempre, cómo inspiras sonetos oscuros lorquianos en el alma del poeta, o endechas épicas en el alma de los condenados a sufrir por tus caprichos

Y cómo dueles aquí dentro, cómo manejas mi desamor, amor.
Y sin embargo te quiero, cupido desenfrenado.
Gracias a ti, amor, se me permite amar.


Cayetano Gea Martín



Ayúdame si me ves
Convertido en lo peor
Te buscaré donde estés
Antes de que ya no vuelva a ser yo

Morti - No todo está perdido


jueves, septiembre 13, 2007

Susana tenía dos

¿Quién es? Inquiría él, más asustado que enfadado, sintiendo cómo el mundo perdía solidez debajo de sus pies, cómo todo por lo que había luchado, ganado y perdido durante los cinco años de relación con Susana tendía a cero, sin importar los momentos intermedios, ni las noches pasadas, fueran buenas o malas, viendo todo reducido a una frase desoladora, terminal.

Hay otro, fue la frase, extraída entre lágrimas de desconsuelo y vergüenza, de sentimientos contrarios y amargura en el paladar, en ese bendito cielo de la boca al cual ahora le costaba tragar aquel amargo licor.

Dime quién es, pidió él, suplicante, llorando, moviendo su cabeza de un lado al otro, desconsolado, sin saber bien qué hacer, a qué asirse en aquella nada en la cual flotaba ahora, desolado, rendido a los pies de ella.

No te lo puedo decir, contestó Susana, con disgusto ambivalente, tanto por la situación como por el dolor que había despertado en él. Ella no quería verle sufrir, pero tampoco podía impedir dar rienda suelta a sus sentimientos cohibidos, al tedio que manejaba el timón de aquella relación.

Por favor, dímelo, inquirió él, con la voz tan temblorosa que se convirtió en una especie de aullido lamentable al salir de sus labios.

No le conoces, le aseguró ella, intentando así liberar algo el dolor que atenazaba el alma y el cuerpo de él, como una manera de evitarle un sufrimiento extra.

Me da igual que no le conozca, no es lo importante, ladró él, sabedor de que su tiempo había pasado, que ahora era un personaje secundario, el bufón que lamía las piernas de la artista, el mandado cuya tarea era limpiar las manchas de la clientela rijosa en lugares inmundos, cuando se apagan las luces de la ciudad en el más triste de los amaneceres.

Pero yo no he dicho nada de abandonarte, comentó ella, adivinando los pensamientos de él, entendiendo, de pronto, por qué él se sentía tan mal.

¿No? ¿Acaso piensas tener a dos en tu vida? ¿Piensas que yo cederé ante ello?, bramó él indignado, febril, al borde de la locura. Podría morderla, pensó. Podría saltar ahora mismo y desgarrarla el cuello.

¿Por qué no?, dijo ella. No sería la primera vez que alguien tiene dos perros.


Cayetano Gea Martín

martes, septiembre 11, 2007

Descarta de desamor

Desde la desconfianza acerca de mi destino, desde el desmesurado desaliento que desdeño, desde la desilusión, me descubro ante ti, mi destinatario.

¿Cuántos desmanes desconciertan a mis desventuras? ¿Por qué tus desplantes me descolocan tanto? Tú eres el desagradecido que descubre esta desazón. Eres el desencanto de mis desdichas.

Me desparasitaste con tus desavenencias, y ahora soy poco más que una descocada desconocida. Te descubriste como la desidia desmoralizadora que desmenuza mis desmanes, desamado mío.

Sin desmerecer tu desmemoriada descripción de nuestro desaparecido desconcierto, he de desacreditarte, Desmond, destituirte y descreerte, para desenamorarme de ti, desengancharme de tu descaro, y desinhibirme por descontado de mis desganas.

El descanso que deseo no es un desaire mío. Por favor, deslígame de ti. Desvanécete de mi destino, oh, tu, mi desalmado desaire.

Me despido y desaparezco.

Con desdén,

Desdémona
Cayetano Gea Martín

lunes, septiembre 10, 2007

Ya han llegado...

... Y el metro vuelve a ser un hervidero de gilipollas patrios.

viernes, septiembre 07, 2007

Amor distante

Te quiero.
Siempre te he querido.
Quizá no sea sorprendente, dado que tengo siempre a mi lado, lo cual facilita, obviamente, el surgimiento del amor.
Te veo ahí, tan hermoso y alto, con ese porte clásico y con tu cuerpo viril de trenzados músculos, con tu mirada profunda, escudriñando el infinito.
Te veo, tan lejos y tan cerca al mismo tiempo...
No puedo alcanzarte, amor, pero sí contemplarte con silenciosa admiración, tanteando mi alma para intentar comprender por qué te quiero tanto.
La gente nos mira.
La gente me mira.
Creo que sospechan.
Creo que por eso nos lanzan furtivas miradas de curiosidad malsana, como si nosotros no tuviéramos también, como todo el mundo, derecho a querernos.
De quererte.
¡Oh, mi vida!
Ojala pudiera entender el por qué de mis sentimientos, o apagar el calor que me abrasa cada día un poco más.
Ojala no te tuviera tan dentro de mí, atormentándome.
Ojala no te deseara tanto.
Te deseo tanto.
¡Tanto!
Pero nunca he sabido si tú sientes lo mismo por mí, si tu frío corazón es capaz de albergar algo de amor, si te atreverías a quererme, abrazarme, amarme.
Nunca lo he sabido, amor mío.
¿Lo sabré alguna vez?
Es como si tuviera que permanecer aquí, sola, contemplándote, durante toda una eternidad.
Mi silencio es mi única compañía.
Mi silencio y las palomas grises.
Las palomas grises que se posan en mí.
Ojala pudiera bajar de mi pedestal y besarte.
Besar tus fríos labios de mármol.
Cayetano Gea Martín

miércoles, septiembre 05, 2007

Frases de George Bush


Si no hacemos la guerra, corremos el riesgo de fracasar.

No es la contaminación la que amenaza el medio ambiente, sino la impureza del aire y del agua.

La ilegitimidad es algo de lo que tenemos que hablar en términos de no tenerla.

Creo que estamos en un camino irreversible hacia más libertad y democracia. Pero las cosas pueden cambiar.

Estoy atento no sólo a preservar el poder ejecutivo para mí, sino también para mis predecesores.

Estamos empeñados en trabajar con ambas partes para llevar el nivel de terror a un nivel aceptable para ambas partes.

Queremos que cualquiera que pueda encontrar un trabajo sea capaz de encontrar un trabajo.

El sistema de educación pública es uno de los fundamentos de nuestra democracia. Después de todo, es donde los niños de América aprenden a ser ciudadanos responsables, y aprenden las habilidades necesarias para aprovechar las ventajas de nuestra sociedad oportunista.

El gas natural es hemisférico. Me gusta llamarle hemisférico en la naturaleza, porque es el producto que podemos encontrar en el vecindario.

Sé que los seres humanos y los peces podrán coexistir en paz.

Hemos perdido mucho tiempo hablando de África con justicia. África es una nación que sufre una increíble enfermedad.

He hablado con Vicente Fox, el nuevo presidente de México, para tener petróleo que enviar a Estados Unidos. Así no dependeremos del petróleo extranjero.

¿Ustedes también tienen negros? (Al presidente brasileño Fernando Cardoso).

Muchas de nuestras importaciones vienen de ultramar.


Cayetano Gea Martín

lunes, septiembre 03, 2007

El mar de María


La superficie del agua se reflejaba sobre el rostro de María, tiñendo de líneas de oro sus finos rasgos. Sus pies y parte de sus pantorrillas estaban sumergidas en el océano, pero el resto de ella no se atrevía a continuar la inmersión.

El agua estaba fría.

Las rodillas de María, dos hermosas gemas morenas, se sabían sentenciadas a la ablución, pero no tenía por qué gustarles. Temblaban ligeramente ante la perspectiva del inminente frío que las abrazaría. ¿Y qué decir del resto del cuerpo? ¿Qué decir del pubis y del ombligo? ¿Qué del pecho y el cuello? Como vacas en el matadero, los distintos puntos sensibles de su anatomía esperaban su turno de sumergirse en aquellas aguas de apenas cinco grados centígrados.

Condenadamente fría.

Al final, el valor se impuso al instinto natural de darse la vuelta, secarse los pies y meterse en casa. Si no lo hago ahora, nunca me atreveré a hacer nada, pensó, papá siempre dice que el mundo es de los valientes y no quiero defraudarle. Y dando un paso más, las rodillas se sumergieron. Un silbido se escapó de entre sus labios apretados.

Su padre, funcionario de prisiones, cuarenta y cinco años, fumaba un paquete al día de Camel Light, bebía ron más de lo que debía e iba a ver al Atlético de Madrid siempre que éste jugaba en casa. Había muerto unos meses atrás en un masivo accidente de tráfico tan aparatoso que necesitaron una espátula para despegar algunos restos suyos que se habían desperdigado en un radio de cincuenta metros.

Valor, valor, se decía a sí misma María. Valor. Y así, poco a poco, con férrea decisión, continuó avanzando, ignorando con espartana gallardía el frío. El mar fue envolviendo su cuerpo de doce años en el cual comenzaba a despuntar la adolescencia.

El mar la envolvió con su canto de sirena turquesa.

Su cabeza aún asomaba por entre las olas. Sus ojos azabache contemplaban maravillados el horizonte que se confundía con el mar. Cielo y agua en el mismo contorno diluido.

La reclamó.


Esta noche en mi sueño oí tu voz
Me llamabas entre lágrimas
Y la mar te devolvía

Alberto Rionda – Mar de Lágrimas



Cayetano Gea Martín