lunes, julio 31, 2006

La espera

Ella se encontraba esperando la segunda oleada, con sus hermosos ojos sorbiendo las dulces perlas de sudor que flotaban en el cálido aire compartido. La espera se alargaba ronroneante, sobre las olas que besaban su lujuriosa orilla, susurrándole cositas bellas en el oído de porcelana.

Pensó que la podía ver allá, a lo lejos, en el rosado amanecer del desvelo amoroso. Le pareció que la oleada titilaba lejos, muy lejos aún, pero si cerraba los ojos, si dejaba que los sentidos y nada más dominaran su cuerpo, creía sentir cómo ésta se iba acercando lentamente. Pero las oleadas siempre se habían comportado con ella de forma traicionera: si se concentraba en ellas, si intentaba apresurar su venida, éstas se alejaban de la costa, burlándose de ella. Sin embargo, cuando todo su ser se concentraba solamente en el ahora, en el momento presente, en la sensación de placer constante, cálida, perversa, juguetona, lacerante, entonces las oleadas, curiosas, pues tal es su naturaleza, se aproximaban raudas, atraídas por las sentidas runas tatuadas en la piel.

Y la espera concluía, empapándose en cuerpo y alma de la dulce espuma de las aguas más profundas de su propio océano.


Cayetano Gea Martín

miércoles, julio 26, 2006

Pierradas VII

Una breve e intensa reencarnación

Obsesionado con la idea de ser la reencarnación de Cervantes, y después de definirse a sí mismo como un ferviente budista, mi amigo y maestro comenzó a vestir como él, a hablar como él, a dejarse el pelo y la barba como él. Se negó a la ingesta de sólidos durante dos semanas para alcanzar el magro peso de Don Miguel. Temblaba de pavor y furia cada vez que veía a alguien de origen turco. Insistió, sin éxito, en prenderle fuego a gran parte de mi amada biblioteca. Llegó incluso a viajar a hermosa ciudad de Sevilla, donde se dedicó al pillaje y a la trata de blancas, sin más intención que la de ser enviado a la cárcel para mejor emular así al genio de los genios. Volvió a casa (a la mía) encanecido, flaco, enfermo, derrotado y depresivo. Es decir, componía la más triste de las figuras. Para mejor efecto, me ofrecí voluntario a cortarle una mano, o, como mínimo, a dejársela inútil a martillazos. Monsieur declinó amablemente mi oferta, y afirmó que se había convertido al luteranismo.


Un preso llamado Menard

A su poco triunfal regreso, le pregunté sobre Sevilla, sobre sus gentes y, sobre todo, por su estancia en la cárcel. Me respondió que se sentía asqueado de la ignominia del hombre, que había perdido toda fe en la humanidad. “Esas cuatro rejas”, me comentó “me enseñaron más sobre lo penoso y fugaz de la existencia que todos los libros que con tanto fervor y devoción atesoras. Allí probé el dolor cruel de la tortura, el rumor sordo del paso de los carceleros, la cadencia siniestra del martillo del tiempo. Me torturaron amigo mío, sí, lo reconozco. Yo, Pierre Menard, he sido torturado y de la forma más cruel. Todas las tardes. ¡Todas-las-tardes! ¡Todas las tardes mis carceleros me obligaban a beberme un tazón lleno de ese inmundo brebaje salado y frío que los andaluces llaman “gazpacho”!


Pierre y el gazpacho

Pues es bien sabido que no hay bebida o alimento que repugne más a Menard que el gazpacho. Su sola mención hace que el afamado escritor pierda todo control sobre su voluntad y se desate en él una revolución intestinal incapaz de controlar su furia ni sus esfínteres. El mayor altercado producido al respecto ocurrió no hace mucho, en la Feria del Libro de Bordeaux. Pierre se encontraba firmando libros a sus numerosos seguidores1, cuando uno de éstos, un joven que lucía una gran sonrisa en los labios, le extendió a Menard un ejemplar de su Quijote. Ante el requerimiento por parte de mi amigo de conocer el nombre de la persona que tenía frente sí (para mejor y más rápida agilización del trámite de la dedicatoria), el joven dijo “gazpacho”. Jamás he visto a nadie saltar como lo hizo Pierre. Tampoco sabía que una pluma Waterman podía caber por entero dentro de un pabellón auditivo.



1 El autor entiende por “numerosos” la cifra de cuatro personas en toda la tarde; tres en realidad, ya que una señora confundió a M. Pierre Menard con un vendedor de algodón dulce, por el pestazo a Fort Doux (una especie de Nenuco francés de la época) que emanaba de su sucio cuello. (N. del T.)


Cayetano Gea Martín

domingo, julio 23, 2006

Sin embargo


Sin embargo, aquí estoy
A pesar de los pesares, de las conjuras
Inhumanamente feliz, contento hoy
A pesar del hielo nórdico que expelen tus uñas

Sin embargo, sigo andando y está mi corazón
En reposo comedido y furia templada
Sin rumbo, destino o razón
Hacia el lento ocaso de tus ojos de plata

Sin embargo, aún noto la tirantez
El pesado lastre que anclas a mis piernas
La decisión fatal de dejarme de una vez
El nido de cuervos que plantas en mi lengua

Sin embargo, sin embargo
Hoy decido caminar
Arribar puertos lejanos
En algún lejano lugar
Colgar el sombrero
En otro perchero
Entregar el color que emanas
A las pálidas y lejanas
Aguas de mis tristes derrotas:
¡Al polvoriento olor de las persianas rotas!
Cayetano Gea Martín

viernes, julio 21, 2006

Forever young



Desde la vitalidad que me dan mis veintisiete primaveras escribo estas líneas sinceras, más sinceras que mucho de lo que escribo, y sin ser revisadas, con la intención de que, los que lo sentís y los que no, y a los que os da miedo sentirlo, experimentéis el poder que se siente.

Me siento joven y soy joven, joven de verdad, no ese cliché que se suele decir de que se es joven de espíritu y que suelen decir aquellos que ya empiezan a vetear canas. No, hablo de ser joven. De sentir la juventud por tus venas, de sentirse sano, en forma, activo, capaz de doblegar a quien sea y cuando sea, capaz de saltar, brincar, beber y fornicar, y al día siguiente trabajar diez horas seguidas, con tu sudor por bandera, con una sonrisa impresa en tu joven rostro mientras observas desafiante pero perlado de amor el mundo que te rodea.

Dios, me encanta ser joven, y me da miedo perder mi juventud. Me gustaría atesorarla como Dorian, detrás de la eternidad de un espejo. Ser joven para siempre, antes de que sea demasiado tarde para beber de su néctar. Otras aguas vendrán, dicen, pero me aterra más la idea de envejecer que la de morir.

Joven, joven, más joven que nunca aunque ya no lo soy tanto, es cómo me siento. Me como el mundo, entero, para desayunar. Mi cuerpo y mi mente se proyectan al unísono mientras me lanzo para adelante, hacia el frente, a la conquista de nuevas tierras y horizontes que se abren ante mis jóvenes ojos.

Siempre joven, aunque ya no tanto.


Cayetano Gea Martín

jueves, julio 20, 2006

El Padre Néstor condena a El Código Da Vinci desde el púlpito

- Hermanos, lo temible de El Código Da Vinci no es su inmoralidad, sino que está terriblemente mal escrito.


Cayetano Gea Martín

lunes, julio 17, 2006

Deshacer el mundo

Sólo necesito un punto de apoyo para deshacer el mundo. Y lo haré. Sí, hoy aprendí por la vía chunga (la única vía posible de sabiduría) que es factible. Y cuando lo haga, oh, cuando reconstruya La Creación, cuando consiga asfixiar bajo el almohadón de sus mentiras y de sus venganzas crueles al Creador, oh, entonces, ¡qué de maravillas surgirán, qué de dioses caídos, menores, olvidados, qué de cultos paganos, qué de tribus, qué de ojos abiertos!

Voy a tardar una semana en desandar el camino, a revertir todos los males artificiales o artificiosos que asolan este mundo al que amo tanto que me duele, me duele como si fuera mío y no me pertenece, no pertenece a nadie, a nadie, no como cree Discordia.

¡Oh, Discordia! Vedla allí, eréctil, ordenada, uniforme. Oh, tú, Funcionaria Suprema que nos colocas a cada uno en nuestra casilla, que nos impides movernos con tus atractivas ataduras. Nos enciendes dentro de un televisor, nos das de comer pútrido pastel de best-seller y orinas radio sobre nuestros oídos. Nos dices, tomad, esta es mi carne, y todos en masa a comulgar con ruedas de molino. La religión ya no es el opio del pueblo, sino que el pueblo tiene como religión el opio.

Pero cuando deshaga el mundo, ¡oh, compañeros! Cuando castremos a Discordia y la alimentemos a base de sabiduría y amor. Nadie nos volverá a decir qué hacer. Nadie nos dirá “dos más dos son cuatro”, será lo que nos dé la gana. Las seudo ciencias dejarán de tener poder sobre nosotros. Volveremos al camino del corazón, que será tan llano o tan elevado como nos apetezca.

¡Ayudadme! ¡Ayudadme os ruego! ¡Necesito vuestros brazos en torno a mis hombros! ¡Ayudadme! ¿Es que no me veis suplicaros? ¿Es que acaso no me queréis ver? ¡Os necesito! Y os amo.


Te he dicho que no mires atrás
Porque el cielo no es tuyo
Y hay que empezar despacio
A deshacer el mundo

Héroes del Silencio – Deshacer el mundo



Cayetano Gea Martín

lunes, julio 10, 2006

El sentido de la vida

Mientras caía hacia el vacío, en aquella tarde gris de noviembre en la cual decidí acabar con mi patética vida arrojándome desde el puente de Segovia, descubrí, maravillado, el sentido de la vida. Todas las respuestas a todas las preguntas bullían en mi mente. Alcancé el cosmos, me volví uno con él. Lo supe todo. Absolutamente todo. Ah, lástima. No viví para contarlo.


Cayetano Gea Martín

miércoles, julio 05, 2006

Sin saber de


Sin saber de
Pudo ver que
Sin llegar ha
Se hallaba la
De sufrir con
Solamente por

En el momento de
Ser el que
Optó por
Y con
Obró desde
La perdió entre

Y el silencio que
Temió pues
Que al final según
Restara un
Sin vía hacia
El camino hasta
Cayet Ge Mar

lunes, julio 03, 2006

La excusa

La petición se convirtió en rebeldía, la rebeldía en excusa, la excusa en protesta, la protesta en manía, la manía en vicio.
Cada vez era más difícil conseguir que el condenado niño se metiera en la bañera.


Cayetano Gea Martín

sábado, julio 01, 2006

Cuentos menguantes

Una visión diferente.
Lo que ocurrió en realidad fue que la anciana casera, harta de verse sola, decidió pagar sus desgracias con el primer incauto que se le presentara, que no fue otro que su inquilino, un joven apocado y fácilmente sugestionable al que pronto, con un par de burdas tretas logró convencer de la idea de que el asesinato era la única vía posible para mostrar su valentía al mundo. De ese modo la anciana vengaba su soledad tardía y se libraba por fin de una vida a la que ya no encontraba aliciente, salvo ser asesinada por ese joven que, finalmente, la asesinó y sintió una culpa perpetua, que sólo en algún grado logró redimir el amor. Dostoievsky, sin duda más dramático que un servidor, refirió la historia en términos harto más gravosos para nuestro inocente protagonista Raskolnikov.

Lev Tolstoi.
¿El fin?

Mi cerebro se encoge tras cada palabra que emerge del bolígrafo con el que escribo estas líneas. Una letra es un nuevo encogimiento, Debe de quedarme poco tiempo ya para que mi cerebro termine por consumirse del todo, tal vez un último punto y final . Todavía no
Un tesoro.

Era uno de esos tipos guapos, atléticos, sumamente inteligentes y excelentes en el trato con los demás. No podíamos odiarle, por eso lo matamos.
Pedro Garrido Vega.